8.10.08

Versión de la memoria anticipada

Barquerías

Al fondo de estos días
en que dios se baña
por las tardes
desata barcos de papel
hacia puertos aún sin nombre

¿Qué
habrá de encontrarse
en esa ruta?

No vaya a ser que el más bello
el mejor armado
naufrague en la basura
de alguna calle
como mi adolescencia varó
entre los secretos que arrebaté al destino

Vayan sus naves
por donde el arroyo se incorpore y
d
e
s
c
i
e
n
d
a
al curvo diapasón del arcolor.



Aviones

En sus hangares
las naves parecen dinosaurios adormilados
Se despabilan
caminan lento
hacia la pista
y despegan

Cuando viví en Tajín 300
compartiendo cuarto en el primer piso con Sergio
mi amigo de Tuxtla Chico
justo sobre nosotros
la línea imaginaria hacia el aeropuerto
Los aviones en su descenso sacudían
los cristales hasta quebrarlos
no dejaban leer ni oír el radio
a veces de madrugada se metían en nuestro sueño
y como judiciales buscando droga
a patadas y cachazos
sacaban nuestra consciencia
Acodado en el marco de la ventana
muchas veces le dije a Sergio:
—¡Con uno de éstos que tumbemos
los demás no vuelven a pasar por aquí!—.


Héroes

De niño creí
que si una araña radiactiva me picaba
podría escapar
gateando sobre la pared
por el respiradero del salón

Cuando robaba el cambio de madre
quería volverme invisible
carcajearme en silencio
mientras me buscaba como loca
debajo de las camas
Cómo pensé volverme de piedra o de goma
para que no me dolieran los golpes
que me daba el viejo
por culpa de las tablas
Tarzán no pude ser
Tarzán era mi padre sin camisa

Cerraba los ojos
por la noche sin ventanas
para agigantarme
quebrar las rejas
y volar
hasta la casa del vecino
y hacerme el ojo de una aguja
para entrar
sin que me cobraran
a ver por la tele al Ultramán

Cuando yo era un niño
quería una pistola con balas de plata
y un caballo blanco
para escapar veloz haciendo mucho ruido
de los que me perseguían

Cuando fui niño esperé
4 años casi a Santa Clos
casi cinco esperé a los Reyes desvelado
sólo para decirles en su cara
que ya sabía yo
quién eran ellos.


Memoria de una leyenda por aurora

I

“El fan oscuro
prendió la lámpara de mano,
y del rostro ya sin máscara
salieron niños,
ancianos, jóvenes, señoras,
un vendedor de cervezas,
un borracho con un muslo de pollo en la mano,
y por último
salió el fan mismo,
y todo el mundo entró por los ojos del fan
que explotó
como una lata de refresco removida”.

II
Aquel día
que en la tv te descubriste,
la pantalla se reblandeció hasta la liquidez,
según mi padre;
nosotros —madre, Javier y yo—,
nos tapamos la mirada con las manos.

III
No es mérito en el valiente
enfrentar lo desconocido
cuando sabe
que al final ha de vencer.
En todo caso
es el terror nuestro perro individual
que ventea, ladra y nombra el peligro;
excepto en ti, indefenso,
porque nada (a nadie) temiste,
sabías que dentro del peluche,
del evidente cierre
estaba
real
eso que nadie siquiera imaginaba,
eso que sólo tú
podías vencer.

IV
Jamás te vi disparar una pistola,
defenderte con un filo,
a puro cabronazo,
vencías al vampiro,
matabas muertos
(ahora estoy viendo
al monstrerío córrele que corre,
rompiendo cruces en el panteón,
y tras de ellos una máscara de plata).
¿Qué terrible enemigo
habría de esperar a un rival
de tu calibre?

V
Yo siempre quise un auto deportivo;
brincarme
al estilo de los viejo vaqueros
sin abrir la puerta,
porque, lo sabías (los héroes lo sabemos),
cuando la humanidad peligra
¿quién chingao se ocupa
en ser amable?

VI
Para los que jamás hemos ganado corriendo,
la vida es y ha sido
una lucha,
y hay que volar por todo el encordado,
llavear,
hacer maromas
para no extraviar el rostro,
aunque perdamos una caída
si algún pendejo nos distrae
cuando estamos por saltar desde la cuarta
al rudo pecho del rival.

VII

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
#
Epílogo
Rodolfo Guzmán Huerta
murió el 5 de febrero de 1984, a las 9:40 de la noche.


Ocupación

Aquí es
el murmurio
de quicios,
de muros, de muebles
que nos miran
y algo entre ellos confabulan.

ø

Todo se mueve en su lugar,
ocupa todo un sitio
aunque por el momento un vacío se aparente
(el clavo no espera nada en la pared,
fija, sostiene una ausencia).

ø

Es necesario hablar
para que tanta cosa reclamando su presencia
se confunda
(rueda una vocal hacia su consonante necesaria: ¡oy!).

ø

No hay zona ya vacía para nosotros,
pero no paramos,
seguimos trayendo objetos
que reducen nuestro espacio,
nuestros pasos.

ø

No hay opción
entre quedarnos o salir;
nos empujan a la calle,
a riesgo de que algo a velocidad pesada nos arrolle
y un montón de carne descompuesta
nos ocupe.

ø

Moneando,
ojeando un libro
o escribiendo un poema,
intentamos olvidarnos
que no tenemos ya
donde estar de cierto a solas
sin objetos que hablen en silencio de nosotros.

ø

Dormimos también para olvidar
que somos menos perdurables que las cosas.
Y en el sueño no hay objetos
saliéndonos al pie
con la intención expresa de tumbarnos.
Dormimos, sí,
para acordarnos de nosotros mismos,
y aunque las cosas
—sobre todo las esquinas de las cosas—
nos golpeen,
no hay dolor
sino hasta el otro día
cuando encontramos morada en nuestra piel
la huella digital del agresor.

ø

Pero hay instantes
en que tú y yo quitamos todo,
dilatamos la urgencia
y nada hay afuera de ambos que no estorbe.
Y las cosas rechinan espantadas,
porque saben que en cualquier momento
crearemos a otro
que vendrá pequeño a torturarlas,
y acabarán en una caja de cartón desvencijadas
o en la basura.


Especie

Se recordaba detenidamente moviéndola como a un muñeco, acercando su vista a los poros, a los surcos, a las varas de bambú que parecían desde donde él miraba.

Así era: algo ajeno pero igual a él mismo.

Tanto que le gustaba ponerla entre sus ojos y el foco, porque en su interior algo rojo se movía.

Él no se sorprendió porque empezó a cambiar desde antes que se diera cuenta. Desaparecieron los dedos; sólo quedaron dos extremidades. Los vellos se fueron juntando todos en un solo sitio, justo ahí, donde partían aquellas reducidas piernas. El resto se volvió nalgas, caderas.

Una mañana amaneció goteante entre los pelos una vagina; él, entonces, descubrió que ya no volvería a estar solo, pero también sintió que era la única persona viva en ese pueblo, y quizá en toda la tierra.


A puerta cerrada

Apenas prende la luz
corren los ruidos de patas de madera arrastrándose
algo rueda a ras del ropero
(hay una silla
que nunca vuelve a su lugar a tiempo
y tiembla aún)

Se desviste distraído
Su imagen observa
desde adentro de la esquina prolongada
más allá del ángulo
donde los muros se encuentran

Él arroja su carne a la cama
y la imagen recuerda
cuando se atrevió a salir con su vestido rojo
pero encontró cerrado el cine
y regresó escurriendo
Alguna vez alguien le sonrió desde un vagón
pero el rostro se fue desvaneciendo
hasta perderse en el túnel

Él se incorpora
sintiendo unos ojos recorriendo su cadera
(la imagen todavía alcanza
a imitar sus movimientos)
pero no hay nadie
sólo él mismo
desnudo
sorprendido atrás de la mirada
Apaga la luz
(la imagen estalla en sombras)
y volverá a soñar
que su mano es ya un enorme dedo
digitando su entrepierna.


La cortina

Las navajas del reloj
cortan el tiempo y sangran
las 4
Él aprieta el dolor en la palma de sus manos
Pone todos sus ojos
—la vista roja—
en la cortina de acero
y no duda que la puede abrir
/pero las casas crecen las calles se abren lo arrinconan
su brazo está enroscándose en el poste de la luz/
Cierra los ojos
todo se contrae

Escupe
Pega la oreja a la cortina y ve
su voz
entre aquéllas que cuentan
cómo una vez tuvieron
una casa con puertas sin cerrojo

Quiere gritar
pero detrás del grito ya no hay nadie
sólo el frío de la cortina
que por este día
jamás ascenderá.



Yo era solo

Yo era un ver
cómo la quema maneaba allá
donde los ojos retornan ya en asombro
Era también
la tapa para no sentir
el recuerdo ese de la vista expandiéndose curva
el caminar
urgido
por mi peso
en descensos informes
en subidas rompiendo cualquier sima

En frente de mí mismo miraba
aquella inmensidad agujerada
aquel vacío material
desde mi movimiento siempre calculado
hasta dónde era el avance
hasta dónde
mi volumen
se iba volviendo más y más innecesario
hasta dónde yo sería
algo que viaja imperceptible al tacto voluntario

Pero también atrás del punto donde yo miraba
una bestia me miraba a mí babeante
y cuando pude ver aquella inmensidad
aquel silencio apenas
la bestia comenzó a llorar
por mí
por ella
y por toda esta materia que habrá de hacerse polvo
y luz y oscuridad definitiva.


Males

Aquí no queda siquiera el clavo de un espejo.
Madre
un día descolgó todos,
abrió un hoyo en el vacío del solar,
los fue tirando uno por uno
y les echó lumbre.
Yo miraba desde el umbral
los pedazos de luz
chillando en llamas,
y madre reía, se carcajeaba:
—Yo no quiero
que cuando andas todo ido,
te vayás a meter en uno de ésos
y ya no salgas—.
Por eso,
por mi enfermedad
es que no hay ningún espejo ya en la casa.



La ventana


Sin puertas
sin techo ni suelo
donde esté
con cuatro muros de ausencia
abierta siempre
esperando a ninguno
invitando a nadie a salir

sin mí que la mire.

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